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Mi muro de la memoria

Miguel Montiel-Guevara  

12-08-24

 

Llegó agosto, si, agosto de mis pesares. Cuando se fue Andrés, papá, Soler. Candidez, amor, respeto. Otros más antes y después. Mamá un septiembre, para recordarme el mes que me parió y envolvió con su propia vida. A sus angustias y sacrificios debo ser quien soy. Primos, amigos, tíos, compañeros y demás, idos sin solución de continuidad al continuo espacio-tiempo infinito de Einstein, donde quizás nuestros átomos se reencuentren como sugirió Engels. Azar y necesidad, diría el nobel Monod. ¿O teoría del caos y la complejidad? ¿Qué será? No sé.

Pero idos, todos perduran en mi muro de la memoria, que tomo prestado de Anthony Doerr. En tributo a la de ellos transcribo pasajes del capítulo Amigos, de mi libro autobiográfico Nostalgia Azul.

AMIGOS

(..) < lo que he venido contando y seguiré contando incrustando nombres, y nombres, y más nombres en el muro de la memoria (…) y hacer un muro de papel con todos los nombres que recuerde de aquellos amigos con los que compartí mi infancia y adolescencia y contar en paralelo mis días de militante comunista, de político torrijista y un miembro más en las filas de la generación de la descolonización de la que soy parte. Todos tenemos más de una historia que contar.  De nosotros mismos, de los amigos, del tiempo que nos tocó vivir.  Este es un relato incompleto de historias de gente de calle 13 oeste y sus circunstancias, las de la lucha contra el imperialismo yanqui y el fin del enclave colonial estadounidense de la Zona del Canal, con sus actos de heroísmo y traiciones.  Con su intrincada lectura pasito a pasito podría desentrañarse algo de la trazabilidad social responsable de nuestro triunfo sobre el Calibán del norte y quien leyera, aunque nunca haya visitado Panamá y nunca lo haga, llevará una parte de él y su gente en sus adentros.  Es mi mayor deseo.  (…)

“¡Ah de la vida!” … suspiro con Quevedo.  En calle 13 oeste vivíamos unidos por la pobreza, mas no faltaba la alegría.  La gente del arrabal compartía la vida entre penurias económicas y celebraciones tumultuarias de carnavales, fiestas patrias y navidad matizadas con juegos de azar de toda clase y envergadura.  Allí pasé infancia, adolescencia y buena parte de mi juventud.  Festejábamos en comunidad y aunque ahora soy ateo jacobino ningún evento me dejó huellas tan profundas de felicidad como la navidad, la fiesta más querida de la edad de la inocencia. (…) repartía en el parque y alrededores El Lábaro, periódico de la iglesia a la vez que vendía estampas de santos, medallas milagrosas y escapularios provistos por la señora Chila ganando una pequeña comisión por ello. Los barcos surtos en la entrada del Canal pueden verse desde el parque de Santa Ana solamente ubicándose al inicio de calle 13 oeste que baja recto desde allí hasta la Gran Logia Masónica y termina en un muro de cemento que la separa, más bien la separaba del mar.  Fue eliminado permitiéndole empatarse directamente con la cinta costera en la bahía.  Es una vista excepcional.

Nadie armonizó nunca los sinsabores de la vida como los trecinos.  Tormentosos días de lluvia se convertían en alegres baños colectivos bajo el aguacero.  Gente trabajadora, solidaria y chinguera.  Obreros, maestros, profesionales, policías, funcionarios, tinterillos, bomberos, jubilados, empleados de almacenes, de bancos, carniceros, etcétera, etcétera, etcétera.  ¡Ahh y muchos, muchos, muchos estudiantes!  Más de setenta años idos regresan con sus días y noches. El pasado nunca se muere, dice Faulkner.  A esa calle y otras como ella de mi escandalosa ciudad debe la nación panameña de todos los colores tener hoy un solo territorio bajo una sola bandera.  Sin el apoyo de la plebe, de “los nadies” de Eduardo Galeano, de la gente humilde de los barrios populares eso no hubiera ocurrido.  Fueron sus jóvenes los que pintarrajearon y empapelaron paredes, sanitarios de cantinas y bares, vallas publicitarias, improvisaron murales, repartieron volantes dentro de buses, colegios, instituciones, casas y volantearon en las calles la consigna antiimperialista radical más popular y poderosa entonces, ¡Yanquee go home! ¡Yanquee go home!, ¡Yanquee go home! que Daniel Santos, el Jefe, el Inquieto Anacobero hizo canción, cantó para Puerto Rico y el mundo y toda Latinoamérica la hizo suya.

Hubo una lucha generacional para librarnos del colonialismo, pero la parte dura, la de muertos y heridos la puso la clase trabajadora, estudiantes, la juventud proletaria, la clase media, los olvidados de las casas de pobreza y alegría de Gabriel García Márquez, la sociedad-masa ortegasetiana de Panamá, Colón y demás ciudades y pueblos del interior.   Por ellos y para ellos desnudo mi ser con estas palabras.  Orzar la pluma hacia quienes lean estas letras invocando su indulgencia para su autor. Su alma atesora los recuerdos custodiada por rostros y nombres que la bruma del tiempo apenas si deja ver.  Van apareciendo imágenes que se imbrican formando un caleidoscopio de figuras danzarinas bajo el más bello cielo azul que contemplaron mis ojos sobre calle 13 oeste en la ciudad y sobre el caserío de Jesús María en la ribera del río Bayano…Déjalo orzar, ¡déjalo orzar! …>

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