Por Isis Jaén
Estoy segura de que a muchos panameños nos hirvió la sangre al escuchar las palabras del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump. El sólo hecho de querer recuperar parte del control de nuestro país, por parte de los norteamericanos, hiere lo más profundo de nuestra nacionalidad.
Curiosamente, he podido leer opiniones de panameños a favor de que el gobierno estadounidense retome la vía acuática y la principal razón es que sienten que lo que reditúa el canal y la venta de sus áreas adyacentes se queda en el bolsillo de unos cuantos y tienen la esperanza de que cambiando de administración, la población pueda por fin ser partícipe de algo de ese bienestar económico.
¿Cómo confiar en las palabras de un presidente de ánimo tan cambiante y que llegó a la presidencia por un puro accidente político? ¿Cómo creer en un gobierno que se niega a hacer el mínimo esfuerzo para reclamar el derecho de las víctimas, no combatientes, que dejó la invasión a Panamá por parte del gobierno norteamericano? ¿Cómo tomar en serio las acciones del actual gobierno que le preocupa más salvar a los bancos que la salud y las futuras jubilaciones de su población?
Y es que este presidente y su gabinete, conformado, en su mayoría, por miembros de la clase rancia panameña, sólo han demostrado interesarse exclusivamente por los intereses de una clase social minoritaria.
¿De quién tenemos que temer los panameños, de este gobierno de extrema derecha o de un gobierno extranjero? De ambos en igual medida. Hay que hacer valer la voluntad de las mayorías para que el estado de bienestar y equidad sea alcanzado por toda la población y no sólo por unos cuantos.
La intención de imponer una reforma a la seguridad social, a todas luces criminal y descarada, aunada a las maniobras para reabrir la mina de Donoso, auguran días terribles para todos los panameños.
Tenemos que hacer lo necesario para evitar que un día despertemos y ya hayan vendido a cada panameño por 30 monedas de plata
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