POR RAMIRO GUERRA.
La noticia voló como pájaro raudas; Pancho en vida, fue el curandero número uno del pueblo de la Caridad. Tenía fama y sus pócimas para curar dolencias, no fallaban. Vivía bien; hizo fortuna de su profesión de curandero. Se le tenía como uno de los grandes ganaderos de la región.Como si fuera un día de luto nacional, el pueblo se preparó para darle el último adiós. El velorio de cuerpo presente, fue en su casa. Faltando poco para que la noche, la reina noche, hiciera su aparición, la gente fue llegando. La luna esa noche, rojiza y llena, señal de despedida a Pancho. En aquellos tiempos, los rezos en velorio, solían durar hasta cinco días.
Un lleno completo; la casa de Pancho, no daba para tantos parroquianos. El rito estaba por empezar; solo faltaba Marcelino el rezador y las lloronas, conocidas como las tres Marías, expertas en simular sentimientos que no sentían. Ese era su trabajo. Mi abuela, que no faltaba a ningún velorio, fue una de las primeras en llegar. Era asidua consumidora de café y micha de pan mantequillada. Don Gregorio, maestro del chiste, entretenía a los asistentes. Risas estridentes y a todo pulmón, salían de los asistentes. Las botellitas de seco y los vasos de chicha fuerte, hacían su trabajo. El velorio de Pancho, pareció más fiesta de manicomio que un velorio. El juego de dominó, no faltaba.
Cuando llegó Marcelino, dio curso a las siete aves María. El silencio volvió a reinar y el amén sonaba como un coro. De vez en cuando, era interrumpido por las lloronas. El ambiente se tornó fúnebre; un aire helado que salía de dos tinas de hielo, colocadas debajo del ataúd de Pancho, comenzaba a surtir efectos; un frio se esparcía por doquier.
Entrada la madrugada, ocurrió lo inesperado; desde adentro de la caja donde reposaba Pancho, se comenzaron a escuchar ruidos, golpes. Como cosa de Dios o del mismo diablo, la tapa del ataúd voló por los aires; el curandero, se levantó y exclamó, «que carajo está pasando». A Marcelino y las lloronas, los vieron salir en estampida. La casa quedó vacía. En adelante, Pancho el curandero, le llamarón el muerto vivo.
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