Por Ramiro Guerra M.
Abogado y cientista político social (Marzo de 2023).
Fue una época de mucha producción de bananos. La fruta se exportaba en racimos. La herramienta que se le entregaba a los obreros, para bajar la fruta del tallo, se le llamaba rula, que se asemejaba a un machete, pero más largo.
Los racimos eran trasladados en trenes y llevado al muelle para su embarque. En esa época, proliferaba un submundo de prostitución y aguardiente. Cerca de la estación del ferrocarril, en Puerto Armuelles, a un costado, estaba el bajo. Cantinas por doquier y de ejercicio de la prostitución.
De pequeño recorría ese sector, vendía periódicos. Algunas prostitutas me encargaban algunos diarios. Estaban al día de todo lo que ocurría en la ciudad capital.
Allí conocí a una de ellas que después supe que era muy conocida en Calidonia; frecuentaba la cantina La Gloria. Le llamaban ‘para-huevo’. De estatura era alta y vestía elegante. A ese bajo del lugar acudían obreros a ahogar sus penas y comprar caricias.
En todas las fincas bananeras, había un comisariato. Los días de pago de salarios miserables, lo que más se vendía era aguardiente.
La compañía tenía un tren especial que recorría todas las fincas; los obreros formaban filas para recibir su paga. Llamaba la atención que, en esos días, las mujeres del bajo, también se desplazaban a la finca donde se iban a realizar los pagos. Tíos míos contaban que iban por los ‘polvos fiados’.
En esos tiempos las abarroterías, propiedad de la empresa, estimulaba la cultura de la venta a crédito. Los trabajadores, cuando recibían su paga, muchos se quedaban sin solo centésimos.
Cuentan que muchos obreros, abrumados por esa realidad, se iban en la noche, tomados en aguardiente y se acostaban en las líneas por donde pasaban los trenes. No era raro, a los amaneceres, encontrar uno que otro, apolismado por el tren o los trenes.
Testimonio para las nuevas generaciones de Armuelles y todo Panamá.
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