Los hospitales, a veces son como una escala para partir a la ciudad del mas allá y ir al encuentro de los seres amados, cuyo pasaporte les llegó con anticipación.
Ese día, todos alrededor de la cama, hacíamos guardia en torno a la abuela, que dormía como si ya no estuviera entre nosotros. Yo, cerca de su cabecera, rogaba al comandante Cristo, un milagro de vida.
Repentinamente, despertó y en tono que no supe descifrar; pareció alegre pero también triste, exclamó, Dios mío, me mandaron de vuelta. No era mi tiempo.