Por Ramiro Guerra.
La madrugada transcurrió en calma. No así el amanecer.
El esposo de Margarita, lo encontraron asesinado, a la orilla de un rio.
El asesino no dejó huellas. Cuando llego el personero para levantar el cuerpo, se sintió un fuerte olor a un perfume algo costoso.
Se trataba de un perfume, que Margarita le había regalado en el día de su cumpleaños. Una sobrina se lo había traído de los Estados Unidos. Mas nadie en el pueblo conocía la marca y el olor de ese perfume.
Cumplida la diligencia de levantamiento del cadáver, la personera le dijo a Margarita, que fuera buscando un abogado.
Se recordó de un abogado, enamorado de ella en la época de estudios secundarios. Nunca dejó de enamorarla.
Al día siguiente, se dirigió a la oficina del abogado. Se hizo anunciar por la secretaria. En cuestión de segundo, estaba sentada frente al abogado.
De repente una sensación de miedo se apoderó de ella. Un nerviosismo extraño y comenzó a sudar.
Resultó que al entrar a la oficina y sentarse, sintió un fuerte olor a un perfume, el mismo que le había regalado a su esposo.
No logró cumplir con lo que fue hacer, tampoco habló sobre el asesinato de Liborio, así se llamaba su pareja de más de 40 años.
De manera estrepitosa, se dirigió a la policía.
Jamás pensó, que se encontraría con el asesino.
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