Adolfo Hitler llegó al poder en 1933; nadie anticipó lo que sería, lo que haría, ni lo que pasaría. Cuando invadió Polonia y estalló la guerra, habían pasado seis años.
Durante esos seis años previos mostró lo que era, lo que haría y se podía anticipar lo que pasaría.
Sin embargo, las “democracias” occidentales estaban más preocupadas por su bienestar, aún sobrecogidas por los horrores de la primera guerra, por lo que optarían cada una en su interés individual, por una actitud tolerante, complaciente y de “diálogo” apaciguador con el carnicero. Simplemente miraron para otro lado.
Fueron pocas las voces que advirtieron el holocausto. Llega 1939 y ya es fue muy tarde para frenarlo.
Hoy estamos asistiendo exactamente a lo mismo y, como siempre, la humanidad no aprende de los errores pasados.
No importa lo que se haga para complacer a Donald Trump, querrá más, hasta que nos borre de la faz de la tierra como entidad nacional.
Hoy ya sabemos que es un sociópata, lo que no se pudo saber con Hitler. Aún así, al igual que el mundo de aquel entonces, en nuestro país hay una suicida indiferencia a lo que sucede.
No me cansaré de repetirlo: tenemos un agente del enemigo enquistado como presidente. Nos venderá y despertaremos cuando el sacrificio de vidas humanas sea inevitable e insostenible.