Por: Enrique Avilés
En 1968, las pugnas de la clase dirigente del país hacen eclosión en uno de los torneos electorales más virulentos conocidos hasta entonces. La virulencia por la obtención del poder político no es per se, o sin fundamentos válidos, si se tiene en cuenta que el modelo económico llevado hasta el momento presentaba unos desgastes prácticamente insuperables. La sustitución de importaciones como modelo reinante desde la postguerra ya había llegado a su etapa tope de crecimiento en el mercado interno, lo que hacía que la clase dirigente sopesara su pervivencia bajo el mismo. Así el panorama, quien tomara las riendas del Estado podía decidir el rumbo del modelo de explotación a continuar; sin embargo, el exabrupto llegó en octubre con la pérdida absoluta, por primera vez en la historia, para las clases dirigentes del poder político. Esa pérdida no representó para esta clase una amenaza real de erosión de su poder económico, pues el modelo bonapartista-populista puesto en marcha por el estamento armado, acompañado de un consenso de unidad nacional, merced de la negociación de los tratados canaleros, representó para la otrora clase dirigente la rearticulación económica necesaria para superar la crisis del modelo de sustitución de importaciones. En otras palabras, el régimen articuló el nuevo modelo como anillo al dedo a estos sectores, en tanto que hacía ajustes en el modelo social capaces de sumar a los sectores populares y medios del país, logrando mediana gobernabilidad. El modelo de plataforma internacional de servicios garantizaba éxitos en la explotación a futuro de nuestro principal recurso económico, nuestra posición geográfica, por ello era tan importante lograr la reversión de aguas y tierras y la transferencia del canal a manos panameñas, logro obtenido el 31 de diciembre de 1999.El análisis anterior resulta preciso de cara a un futuro torneo electoral con un mundo de sinsabores en el espacio social, que no termina de convencer en el panorama político. Lo anterior, teniendo en cuenta que los sectores dirigentes no tienen duda, a diferencia del 68, que su pervivencia yace en la explotación del modelo de plataforma internacional de servicios, en tanto que los sectores populares o medios no logran articular en su descontento un discurso político que implique cambios reales o de ajustes considerables a lo establecido, deja poco que esperar en lo futuro a la ciudadanía. Es notorio que el capitalismo desregulado o neoliberalismo en compañía de los intereses dirigentes no está respondiendo, y no tiene porque hacerlo, a los intereses nacionales. Un ejemplo de esto es claro cuando vemos los conflictos de intereses en tópicos referentes al desarrollo portuario, al desarrollo minero y el desarrollo ferroviario. A lo mencionado se le suma una visión colectiva de corrupción que permea desde los funcionarios de poca monta hasta los de alta, sin dejar excluido al gran capital extranjero y nacional, todo esto sacrificando significativamente el modelo social, particularmente en la asistencia médica y educativa. En otras palabras, generar desarrollo económico no necesariamente implica generar desarrollo social, y mantener la paz social en continuo descontento no traerá resultados positivos para la nación.
La pregunta de parte de la ciudadanía panameña para los aspirantes políticos en lo futuro, partidocráticos, independientes o de cualquiera tendencia del espectro político existente, debe ser más enfocada a exigir una explotación del modelo de plataforma internacional de servicios a favor de la nación y no de intereses globales y locales minoritarios. Una explotación del modelo que comprenda que es preciso asistir las necesidades de las mayorías para hacerlas participativas del mismo, educándolas y orientándolas mediante planes de estudio de primera línea respecto a servicios, sobre todo tecnológicos, marítimos y portuarios. Un modelo que no tenga incongruencias con el medio ambiente y que no pretenda salvar el agua del canal mientras destruye con la minería internacional las aguas rurales. Un modelo que se muestre prístino en el uso de los réditos que da ACP al Estado panameño. Un modelo que entienda que el hub que queremos para Panamá incluye la asistencia medica de primer mundo para sus ciudadanos. Para ello no se necesitan discursos huecos de cambio vengan de donde vengan, sino planes reales que enfrente la corrupción en todos los aspectos y que generen el cambio de la visión generalizada de que hay que ser corrupto para hacer las cosas bien o con éxito, que sancione la corrupción y no la premie con impunidad. Panameño quién no te pueda responder a cabalidad esto simplemente te está ofreciendo más de lo mismo, y sin querer ser pesimista yo solo veo más de lo mismo. Mientras, solo resta que los sectores populares y medios, presas del descontento, logren articular, algún día en lo próximo, una propuesta política cónsona, basada en planes concretos a beneficio de la nación.
El autor es docente de historia de la Universidad de Panamá.
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