por Gonzalo Delgado Quintero
Panamá, como América Latina y el Caribe, viven aún, muy pendientes de su pasado reciente. Sufren todavía las secuelas y resabios del autoritarismo. Pero, se triunfó de una u otra manera, y lo que hoy tenemos, es un avance que con el pasar del tiempo va borrando las huellas de ese ayer nefasto latinoamericano.
Ya los pueblos no se defienden de dictaduras, y son otros los desafíos; ello impone nuevas luchas, que son solo distintas en función de ese nuevo enemigo que, no obstante, se mantuvo como un fantasma, solapado, detrás y usufructuando de manera provechosa de las diversas dictaduras esparcidas por el continente y que después sostenerlas y apadrinarlas, hace unos cuarenta años, esas oligarquías surgieron para tomar por sí mismas, las riendas del poder, en esta ocasión guiados y fortalecidos por la idea neoliberal a la que estamos enfrentados con mayor fuerza, desde principios de los años 90.
Aquí entra en juego el dinero y su poder que están desvirtuando la voluntad del pueblo. Altera la competencia, soborna el componente principal del sistema, dicta políticas públicas, hace frágil a las incipientes democracias, desnaturalizando la esencia primigenia en su más profunda acepción o significado.
Estos grupos tratan de ocultar este peligro tan grande, resumido el mal uso del dinero en temas electorales, cuando se gasta en campañas patrocinadas por ellos mismos y después dictan pautas que deben seguir los gobiernos a favor de mezquinos intereses de estos sectores del poder económico, totalmente contrarios a los intereses del pueblo. Eso aleja inmediatamente después, al gobierno de sus compromisos electorales y que sabiendo toda esa trama, solo prometieron con el fin de triunfar para seguir haciendo negocios a espaldas de los pueblos y endeudando sus países.
En nuestro país, al menos, eso ha llevado a la perdida de igualdad electoral, en un desenfoque total de la agenda política, sobre temas de interés nacional discutidos en recámara, la difusión desigual de los mensajes de los candidatos en la que los medios juegan un papel decisivo en los resultados electorales. Quien más aporta en propaganda, manipulará la opinión pública y el dinero centuplicará la influencia de quien tenga esa capacidad de pagar espacios.
Y no se trata de contenido, porque el dinero sobrepasa cualquier buena propuesta, otorgando mayor capacidad a la propaganda y deteriorando la calidad de una opción electoral buena. En esa circunstancia el candidato se convierte en un producto y no juega su papel de portaestandarte de las aspiraciones sociales.
Se reemplaza el debate y el programa, porque el dinero compra al votante frenético y hace favores. Luego, con la goma aún viva, solo se habrá exacerbado el carácter clientelar, repitiéndose en el caso de Panamá, cíclicamente, cada cinco años. Ese estilo de hacer política será lo normal para el común denominador de panameños, lo natural, porque además, así ha sido inducido ese clientelismo que cada vez hace más resonancia en la sociedad.
Finalmente, como se observa en la actualidad, las políticas gubernamentales giran en torno al proteccionismo del sector económico, nada más; el poder económico fija su influencia sobre las políticas públicas; el gobierno deja de solucionar problemas de interés general; el gobierno se aleja de las expectativas del electorado y al final, el resultado es una extraordinaria y grosera corrupción rampante.
El autor es periodista, escritor, analista y candidato en la casilla 8 del PRD para diputado en el circuito 8-6, antes 8-10.
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