Por Alejandro Román Sánchez
Hoy día, la deshumanización de la especie humana es acompañada con la humanización de otros seres vivos.
La deshumanización apunta hacia el desamor del prójimo. Lo que facilita su dominación, explotación y aniquilamiento, mientras los demás la toleramos, como si se tratara de seres distintos cuyo valor es infrahumano.
Paralelamente, el proceso de humanización de otros seres (animales y plantas) apunta hacia el amor de lo que no es el prójimo. Amor que, en muchas ocasiones, hace merecer a estos seres de un mejor trato que el dispensado al prójimo, que por razones circunstanciales dejó de ser el prójimo.
El proceso de deshumanización se alimenta del odio, del rencor, la avaricia, la envidia y la dominación, es decir de los bajos instintos del hombre. De la división entre aliados y enemigos, tanto en lo étnico, religioso, social, económico educativo y político. A sabiendas que la división es artificial, superficial y coyuntural, como lo demuestra el hecho de que los amigos de ayer, son los enemigos de hoy, y viceversa.
Esta división superflua es el escenario para las grandes guerras, barbaries y genocidios del hombre contra el hombre. El escenario para la corrupción selectiva.
Todo ello en contrario a las sagradas escrituras de las diversas religiones y a los valores fundamentales de la humanidad, que hablan y van en busca de mejores personas. Escrituras y valores necesarios para hacer posible una convivencia digna y pacífica de todos, porque todos somos el prójimo.
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