Por: Rekha Chandiramani
Hace unos días se coló en redes una foto de un policía panameño en una práctica de tiro, donde éste apuntaba el arma a la figura de una mujer con un pañuelo palestino. Detrás del policía, un entrenador de la Embajada de Israel en Panamá. El tweet, que después fue borrado y por el cual la Policía panameña se disculpó posteriormente, lo colgó tanto la Policía (@protegeryservir) como la Cámara de Comercio, Industria y Agricultura Panamá-Israel.
Lo más seguro es que ni el policía ni el fotógrafo siguen de cerca el conflicto palestino-israelí —y no tienen porqué saberlo todo sobre un conflicto con tantas aristas y contradicciones—, y el desliz cupo perfecto en un comunicado –otro- de la Policía panameña disculpándose. Pero cuando el conocimiento no acompaña, se espera que por lo menos actúe el sentido común.
Más allá de la abominable foto y la pobre excusa, todo el “entrenamiento” revela para algunos —y confirma para otros— patrones muy peligrosos que han estado germinando dentro de la fuerza pública panameña en los últimos años. Una fuerza pública que en teoría es civil, con una falaz prohibición de ser ejército, pero que cada vez se consolida más como el poder de facto en Panamá. Sin temor a excederme, hoy mandan más que el mismo presidente.
La crisis de identidad de la fuerza pública, que es solo uno de nuestros problemas, no se ha abordado seriamente. Algunos soldados y batalloneros fueron forzados a reconvertirse en policías civiles tras la invasión, pero todavía muchos salen a entrenarse en academias militares en el extranjero, principalmente de Estados Unidos. Otros uniformados siguieron con las mismas prácticas de los antiguos coroneles y solo se cambiaron el color del quepi. Las academias de policías hoy se siguen enfocando en la represión, en técnicas militaroides disfrazadas de protección y en inculcar la obediencia ciega entre la tropa.
Todo lo anterior, sumado a un intencional debilitamiento de la enseñanza crítica de la historia panameña y la cívica en las escuelas y las universidades, ha sembrado una legión de policías sin ideología ni respeto por los derechos básicos de los ciudadanos. Una siembra regada con impunidad y que cosechamos con cada “error” que cometen. Hay excepciones, seguro, pero en general, la mayoría solo sigue órdenes, tal cual se hacía en la dictadura.
El presupuesto destinado a seguridad –o sea a la fuerza pública— será mayor que el de educación el próximo año. Eso lo dice todo. Las prebendas a comisionados, la abultada planilla y sus jubilaciones especiales no paran de crecer. Una bomba de tiempo y un incentivo perverso para diversificar, aún más, sus servicios.
Diversificar y reinventarse para protegerse y servirse. Una delgada línea que puede transformar a un ex militar o a un ex policía en un asesino a sueldo al servicio de transnacionales o gobiernos, como los fueron los ex militares colombianos que asesinaron —contratados— al presidente de Haití.
El Ministro de Seguridad ha dicho abiertamente que coopera con todos los organismos de seguridad de tres letras habidos y por haber de Estados Unidos. Eso no es ningún secreto. Y por la infame foto, ya sabemos que cooperan también con Israel –aliado de Estados Unidos y desde donde nos llegó el Pegasus—, y quién sabe con cuántos países más.
Lo que sí es un secreto es el alcance real de tales “cooperaciones” y “apoyos”, palabras que en este país pueden significar muchas cosas.
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