El Periódico de Panamá Revista de Análisis Político, Económico, Social y Cultural.
Por: Jaime Flores Cedeño
En los últimos 20 años América Latina ha atravesado por una situación de crisis económica como resultado de corrupción, el despilfarro de los fondos públicos, la falta de oportunidades laborales y la desigualdad. La CEPAL, indicaba en el 2018, dos años antes de la pandemia, que “América Latina es, tristemente conocida, como la región más desigual del mundo. La desigualdad de ingresos es una de las expresiones más evidentes de esa desigualdad y es un obstáculo al desarrollo y a la garantía de los derechos y del bienestar de las personas, además de un factor que inhibe la innovación, el aumento de la productividad y el crecimiento económico”.
Un indicador apunta, a que la pobreza en AL, se perfila en la actualidad en 215 millones de personas, es decir, cerca del 35% de la población, de las cuales, 83 millones estarían en condición de pobreza extrema. Todo ello ha afectado en mayor dimensión a los sectores que se encuentran en la línea de la pobreza y pobreza extrema, que cada día se hunden más en su situación individual y colectiva.
En Chile, las protestas de los últimos años en contra del gobierno oligárquico de Piñera y sus medidas económicas antipopulares, hicieron unir a los chilenos en un proyecto común de cambio, que se vio materializado en el proceso constituyente que se encuentra en marcha y en los resultados de las elecciones del 19 de diciembre.
La crisis de Chile y América Latina, que es propia de un sistema capitalista excluyente, desigual y productor de miseria ha provocado la explosión social en el continente por parte de sectores de las capas bajas y medias, las cuales exigen un viraje de conducción, que haga desplazar del poder político a los ricos y poderosos, dueños del Estado, al igual que sus lacayos.
La burguesía, y sus partidos afines, acentúan su influencia ideológica con el control casi absoluto de los medios de comunicación y la ramificación de estructuras en las redes sociales que justifican su actuar y constituyen su escudo de protección desinformador ante la opinión pública.
El cambio político hacia la izquierda que se dio en Chile, y que avanza en AL, representa una muestra del rechazo de los pueblos por los gobiernos oligárquicos, y genera nuevas oportunidades a las fuerzas políticas populares, las cuales en caminos de unidad se constituyen en opciones de triunfo electoral.
La experiencia política acaecida con el golpe de Estado a Evo Morales dio muestra de que las élites frente a su derrota electoral no aceptarán de buenas ganas traspasar el poder y recurrirán a todos los mecanismos inconstitucionales, incluyendo el golpismo, que estén a su alcance para no soltar sus privilegios, negocios, influencias y control institucional. Inclusive, se ampararán en organismos caducos como la OEA, que ha perdido toda autoridad en la región y acudirán en primera o última inatancia a sus amos imperiales estadounidenses.
La propaganda en contra de la izquierda por los medios masivos de comunicación, propiedad de las élites, tienen poco efecto al momento de votar, dado que el auge acelerado de las redes sociales ha permitido romper con el monopolio que ejercían las televisoras, radios y diarios a nivel nacional, que poco a poco van quedando en segundo y tercer plano.
La clave del triunfo de Boric, y otros mandatarios de izquierda, ha sido la lucha permanente y la unidad de las fuerzas populares y nacionales en objetivos comunes de lucha, que logren interpretar el sentir de los pueblos y hacerles frente a los partidos oligárquicos que se turnan en el poder para sus propios beneficios.
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