Recientemente, el presidente José Raúl Mulino nombró una comisión para evaluar el tamaño del Estado, según él, ante la ineficiencia y enorme burocracia, se requiere una revisión de este. El doctor Miguel Antonio Bernal será su coordinador. Justamente este año se conmemoró los cincuenta años de la primera edición de Anarquía, Estado y Utopía de Robert Nozick. Este libro se publicó en Estados Unidos en 1974 y al año siguiente se ganó el prestigio National Book Awar. Se convirtió en un libro influyente para deliberar sobre el tamaño ideal de un Estado. De allí, él planteó la tesis del «Estado mínimo». Nuestra pregunta es si realmente la reducción del Estado sería la solución que el país necesita. Ya se inició en esa dirección con la reducción de la planilla estatal, pero los planteamientos de Nozick tienen implicaciones más profundas.
El «Estado Mínimo» es “legítimo” y se contrapone a uno «más extenso» y, este último, según Nozick, «viola los derechos de las personas». Este filósofo se inspiró en el «anarquismo individualista». Toda reducción del Estado conlleva una discusión ideológica. Es decir, la reducción del Estado pasa, inexorablemente por ese prisma. En el Estado mínimo prevalece lo privado e individual, por encima de lo social y colectivo. Si nuestra discusión sobre el tamaño del Estado se limita a su achicamiento, entonces, estamos ante un sesgo ideológico.
Nozick estuvo preocupado fundamentalmente por la propiedad privada y cómo salvaguardarla, donde agencias de protección juegan ese papel, como el de mitigar la violencia y agresiones entre individuos, apostando por soluciones pacíficas. En definitiva, la función esencial del Estado mínimo sería garantizar el mercado, la propiedad privada y celebración de los contratos. Como también el trato como “individuos inviolables”, es decir, nuestras garantías fundamentales como pieza angular.
Ahora bien, ¿cómo vamos a achicar o agrandar el Estado en función de nuestra realidad sin que afecte a la mayoría de la población? Ningún hecho es natural, sino histórico, sí achicamos al Estado, por supuesto tendrá consecuencias, y si lo agrandamos, también, porque si bien, por ejemplo, la planilla históricamente crece, es necesario tener en cuenta que los recursos son finitos y en cuanto tal, no son para siempre; por otro lado, la corrupción juega en contra: con una planilla para botellas (funcionarios que cobran y no se justifica su salario) y cashback (funcionarios que le dan un porcentaje a quien lo ayudo con el nombramiento sin necesariamente trabajar), pero no se trata de un problema de individuos. La discusión sobre el tamaño del Estado no debería limitarse a su achicamiento, sino a su eficiencia para resolver problemas.