En el año de 1982, el Dr. Juan Materno Vásquez y mi persona concurrimos personalmente a la Secretaría General de la Corte Suprema de Justicia, ubicada en la Plaza de Francia, a interponer, firmado por el extraordinario letrado Juan Materno Vásquez, quien había sido presidente de la Corte Suprema, ministro de Gobierno y un patriota preclaro y mi persona como Secretario General de la Federación de Estudiantes de Panamá (FEP)
La demanda era de inconstitucionalidad e improcedencia legal de las enmiendas unilaterales que el Congreso y el Senado norteamericanos les introdujeron a los tratados una vez habían culminado las negociaciones que se iniciaron en febrero de 1974 con la Declaración Tack-Kissinger y en las cuales se dispuso los puntos que la negociación debía resolver.
El derecho que se invocaba, era el artículo cuarto constitucional que a la letra decía: “La república de Panamá acatara las normas universalmente reconocidas del derecho internacional que no lesionen el interés nacional” y se invocaba también los principios del derecho internacional público, especialmente el derecho de tratados y el acta constitutiva de la Organización de Naciones Unidas.
En estas ultimas normas queda muy claro que no tienen validez alguna, las enmiendas o cualquier reforma que, se realicen unilateralmente y fuera del acuerdo entre partes y alejado de los procedimientos constitucionales para su perfeccionamiento. En el caso de Panamá, solo tiene validez ante el derecho internacional lo que aprobó el pueblo panameño a través del plebiscito del domingo 23 de octubre de 1977.
He leído a supuestos expertos en derecho constitucional y conocedores del derecho internacional, ponderando la validez de las enmiendas que unilateralmente EE.UU. introdujo en los tratados del Canal Torrijos Carter del 7 de septiembre de 1977. Me da mucha pena sus argumentos, íngrimos y huérfanos de razón jurídica. Es mucho el esfuerzo que hacen para intentar dar validez a lo que el Derecho internacional no alcanza ni cobija y quedando como malinches y colando una puñalada trapera a la nación nuestra y colocándose del lado de la traición a la patria, en la expresión más cruel de una sonora servilidad.
La patria no quiere ser defendida, sino por almas dignas de ella y solo los grandes caracteres son dignos de servir a la libertad.
Hay gente talentosa, pero adolece de principios y como decía un gran escritor latinoamericano, “el talento en un alma sin carácter, es como la hermosura, en una mujer sin virtud: un elemento más de prostitución” He aquí el valor de una mujer virtuosa y también de aquellos que defienden a su patria.