Hace más de un año, desde el 24 de febrero de 2022, que el mundo tiene los ojos puestos en el conflicto ucraniano. Las potencias occidentales sostienen a Kiev en el plano financiero, le entregan increíbles cantidades de armas y municiones pero evitan implicarse directamente en el teatro de operaciones. Moscú da infinitas muestras de paciencia y finge no ver los consejeros militares presentes en el terreno. Pero ahora hemos llegado a un punto de ruptura en que Occidente puede verse arrastrado a la guerra por el uso deliberado de su armamento contra el territorio nacional de la Federación Rusa, dentro de las fronteras rusas anteriores a 2014. Es por eso que 6 Estados miembros de la Unión Europea acaban de recomendar al presidente ucraniano el inmediato inicio de negociaciones de paz, mientras que la Unión Africana y China envían sendas misiones de buenos oficios.
Desde septiembre de 2022, o sea desde hace 7 meses, las tropas de Kiev han luchado únicamente en Jarkov y Bajmut (Artemiovsk). Jarkov no es parte de la región de Donbass, la República Popular de Donetsk –que ahora es parte de la Federación Rusa– no reclama esa ciudad, así que el ejército ruso se retiró de allí rápidamente.
Pero, Bajmut (o Artemiovsk) se halla en la región de cultura rusa, donde el ejército ruso prosigue los combates. Durante el invierno, el enfrentamiento se convirtió allí en una guerra de trincheras, al parecer tan sangrienta como la famosa batalla de Verdún, y ahora todos esperan –al menos en Occidente– que las condiciones meteorológicas permitan a Kiev lanzar una contraofensiva.
Nótese que nadie parece creer que Rusia tenga intenciones de marchar sobre Kiev. En efecto, todo el mundo ha entendido que Moscú nunca quiso “invadir” Ucrania ni tomar su capital y que su objetivo era sólo el Donbass y, ahora, la Novorossiya, dos zonas de cultura rusa cuyos habitantes ya no quieren ser ucranianos y han optado por la nacionalidad rusa. Sin embargo, los políticos y los medios de difusión occidentales siguen denunciando la «invasión rusa» de Ucrania.
La hipotética contraofensiva
La famosa contraofensiva se había anunciado para abril. Ahora se habla de finales de mayo. Kiev asegura que el retraso se debe a dificultades en la recepción del armamento occidental. Se afirma que las operaciones comenzarían sólo cuando esté listo todo el material necesario, en aras de reducir al mínimo las bajas humanas. Pero, nunca antes en la Historia se había enviado tanto armamento a un Estado para continuar una guerra.
Por otro lado, no se sabe si aún sigue sucediendo lo que habíamos denunciado al principio del conflicto –durante los primeros meses, tres cuartas partes de todo el armamento enviado por Occidente se desviaba hacia Kosovo y Albania para alimentar grupos armados en otros teatros de operaciones, como el Medio Oriente y la región del Sahel.
Otra hipótesis es que el ejército ruso está destruyendo metódicamente el material bélico que llega de Occidente, antes de que Kiev logre distribuirlo a sus tropas.
En todo caso, la retórica de la contraofensiva se aplica sólo al ejército ucraniano, no a la población. Los medios de la OTAN ya no hablan de la «valerosa resistencia del pueblo ucraniano». La población no ha realizado ninguna acción significativa de resistencia en Crimea, en el Donbass ni en la Novorossiya. Si bien se habla de acciones de sabotaje realizadas por las fuerzas especiales ucranianas en suelo ruso, o sea dentro de las fronteras rusas anteriores a 2014, lo cierto que no se han registrado acciones de resistencia popular en los territorios que pasaron a ser parte de la Federación Rusa después de 2014.
El armamento entregado a Ucrania puede convertir a los proveedores en beligerantes
Las armas no son “bienes” o “mercancía” común y corriente. Un fabricante de armas no puede simplemente venderlas o entregarlas sin autorización del Estado donde las produce. Y ese Estado exige al receptor del armamento un compromiso escrito sobre el uso que pretende darle. No se trata solamente de garantizar que esas armas no acabarán en manos de una potencia enemiga, o que no se viole algún embargo decretado por la ONU. Se trata de garantizar que el armamento objeto de la transacción no será utilizado para agredir a un tercero en violación de la Carta de las Naciones Unidas.
Cualquier otro tipo de transferencia de armas se califica de «tráfico»… y las leyes nacionales e internacionales lo castigan duramente.
Desde el inicio del conflicto en Ucrania, las potencias occidentales se han negado a entregar a Kiev armas que, en vez de utilizarse para defender el territorio ucraniano, pudieran servir a los nacionalistas integristas ucranianos para atacar territorios indiscutiblemente rusos. No está de más recordar que, desde la Primera Guerra Mundial, los nacionalistas integristas ucranianos proclaman que su razón de ser es erradicar de la faz del planeta a los «moscovitas». La lucha de esos elementos no tiene ninguna relación con la operación militar especial rusa iniciada en febrero de 2022. Para los nacionalistas integristas ucranianos su lucha particular contra Rusia es un combate apocalíptico entre el Bien (representado por ellos) y el Mal (los rusos).
Si los nacionalistas integristas ucranianos llegasen a imponer totalmente su voluntad a las autoridades civiles ucranianas, existiría un grave peligro de que decidieran atacar objetivos en el interior de Rusia. Y, en ese caso, los Estados que les hayan entregado el armamento utilizado por esos elementos se verían automáticamente implicados en la guerra, se convertirían en cobeligerantes. Rusia tendría entonces derecho a responder atacando sus territorios.
El panorama se torna así gravemente peligroso. Según el Washington Post, que se basa en los documentos secretos del Pentágono recientemente revelados por Jack Texeira, en las filtraciones llamadas Discords Leaks, el presidente ucraniano Volodimir Zelenski propuso hace meses al Pentágono lanzarse a la conquista de localidades rusas próximas a la frontera ucraniana, sabotear el gasoducto que conecta Rusia con Hungría –país miembro de la Unión Europea– y utilizar misiles de largo alcance contra el territorio ruso [1].
Las potencias occidentales comenzaron entregando a Kiev armamento que podía ser utilizado en el campo de batalla ucraniano –armas cortas y fusiles de asalto. Después, pasaron a la entrega de cañones y blindados y ahora se habla de aviones de guerra. Los MiG-29 que Polonia y Eslovaquia enviaron a Kiev son aviones de la época soviética, sin posibilidades de éxito ante los modernos aviones rusos de combate, como el Su-35, pero que pueden ser útiles en Ucrania si llegasen a contar con una defensa antiaérea capaz de protegerlos de la aviación rusa.
El presidente Zelenski llegó a Londres mendigando la entrega de cazabombarderos F-16. Los primeros ministros del Reino Unido y de los Países Bajos, Rishi Sunak y Mark Rutte, anunciaron que están trabajando en ese sentido. Los F-16 son más modernos pero la cuestión es saber si podrían o no penetrar profundamente en territorio ruso, interrogante imposible de responder antes de que alguien trate efectivamente de realizar ese tipo de acción, sobre todo teniendo en cuenta los avances alcanzados por los sistemas rusos de defensa antiaérea.
La semana pasada, MiG-29 ucranianos armados de misiles crucero franco-británicos SCALP/Storm Shadow lograron destruir un Su-34, un Su-35 y dos helicópteros MI8 estacionados en un aeródromo militar, en la región rusa de Berdiansk. Al parecer, la inteligencia rusa ignoraba que esos misiles crucero ya habían sido entregados a Ucrania o no creyó que los MiG-29 ucranianos pudiesen alcanzar el territorio ruso, un error que seguramente no volverá a producirse. Para empezar, un ataque ruso con misiles ya averió gravemente –incluso es probable que la haya destruido– una batería antiaérea Patriot enviada a Kiev por Estados Unidos.
En todo caso, en este momento, Rusia ya tendría jurídicamente derecho a responder militarmente al Reino Unido –el país que entregó a Ucrania los misiles crucero Storm Shadow. Es poco probable que Kiev se haya tomado el trabajo de avisar a Londres de su intención de realizar el ataque de Berdiansk, lo cual quiere decir que el Reino Unido pudiera verse en estado de guerra como resultado de una decisión que no se tomó en Londres.
Pero Occidente sigue adelante con la escalada. El presidente estadounidense Joe Biden anunció, en ocasión de la cumbre del G7, que autoriza los clientes de Estados Unidos a transferir aviones de combate F-16 a Ucrania. Nótese que Washington toma la precaución de no hacerlo directamente… para no correr el peligro de verse directamente implicado en el enfrentamiento militar contra Rusia. Según se sabe, Bélgica, Dinamarca, Países Bajos, Polonia y Noruega podrían decidir entregar aviones F-16 a Ucrania… por su cuenta y riesgo.
El momento crucial
Así llegamos a un momento crucial, a partir del cual las potencias occidentales ponen en manos de los nacionalistas integristas ucranianos la posibilidad de generalizar la guerra, con permiso de sus padrinos… o sin él.
Según el reconocido periodista estadounidense Seymour Hersh, Polonia –país miembro de la Unión Europea– ha solicitado a Ucrania que acepte un alto al fuego y el inicio de negociaciones de paz, solicitud que contó con el respaldo de otros 5 países miembros de la UE –la República Checa, Hungría, Estonia, Letonia y Lituania [2].
Al no haber seguido los acontecimientos de la guerra en Siria, Seymour Hersh no está quizás al corriente del verdadero alcance de la superioridad militar de Rusia e interpreta la iniciativa polaca como una reacción ante el baño de sangre en Bajmut. Pero los polacos sí están muy conscientes de la alta precisión de los misiles hipersónicos rusos Kinzhal… y también saben que las posibilidades de defensa contra ellos es ínfima, por no decir inexistente. Durante los últimos meses, Rusia ha estado utilizando esos misiles para destruir metódicamente puestos de mando y depósitos de municiones en Ucrania y es precisamente un Kinzhal lo que acaba de averiar o destruir una batería de misiles antiaéreos Patriot.
O sea, en el estado actual de la situación, Ucrania ya perdió la guerra. Si esa guerra se generaliza, Occidente será el gran perdedor. El gobierno polaco, hasta hace poco excepcionalmente belicoso, ha entendido que estamos llegando al momento en que no habrá vuelta atrás, y que si van más allá de ese punto acabarán siendo pulverizados.
Las misiones de buenos oficios
Dos misiones de buenos oficios están en marcha: la de China y la de la Unión Africana.
El 24 de febrero, Pekín publicó un plan de 12 puntos para alcanzar la paz en Ucrania [3]. Tanto Moscú como Kiev reconocieron que el plan chino puede servir de base para la solución del conflicto. El presidente chino Xi Jinping ha designado al diplomático Li Hui para el papel de intermediario entre las dos partes. El emisario chino ya se reunió con el ministro ucraniano de Exteriores, Dimitro Kuleba, con el presidente Zelenski y probablemente con representantes oficiales de Alemania.
Li Hui, es un diplomático de gran experiencia –fue embajador en Moscú durante 10 años– y tuvo la delicadeza de iniciar sus contactos reuniéndose con la parte ucraniana, pero también tuvo la honestidad de señalar después que Kiev «no aceptaba ninguna proposición que implicara perder territorios ucranianos o el congelamiento del conflicto». Li Hui sabe que la noción de «perder territorio» puede evolucionar si se tiene en cuenta que la población ucraniana es multiétnica y se reconoce que cada componente de esa población tiene derecho a la autodeterminación.
La otra misión de buenos oficios, la de la Unión Africana, estaba encabezada por Sudáfrica y cuenta con la participación de la República del Congo, Egipto, Uganda, Senegal y Zambia. Para los africanos es muy importante demostrar que son capaces de desempeñar un papel pacificador en la arena internacional y que no son pueblos subdesarrollados que mendigan ayudas urgentes. En 2012, la Unión Africana implementó una misión de paz para Libia, pero la OTAN prohibió que esa misión viajara Trípoli y llegó a amenazar con derribar el avión de la misión con todos los jefes de Estado africanos que se atreviesen a tratar de ir a Libia.
Pero es justo decir que la misión enviada por la Unión Africana está menos bien preparada que la de China –los africanos no han redactado un texto que exponga la visión africana del conflicto y del regreso a la paz. Además, Estados Unidos está haciendo todo lo posible por desacreditar a Sudáfrica, país que, como Rusia, es miembro del grupo BRICS, y que acogerá en agosto el encuentro cumbre de ese grupo. Sudáfrica es también miembro de la Corte Penal Internacional (CPI) –que acaba de emitir una orden internacional de arresto contra el presidente ruso Vladimir Putin– pero es evidente que el gobierno sudafricano no tiene la menor intención de detener a Putin cuando llegue a ese país para participar en la cumbre del grupo BRICS y también es evidente que Occidente no dejará pasar la oportunidad de reprochárselo. Además, el embajador de Estados Unidos en Sudáfrica, Reuben Brigety II, ya acusa al gobierno sudafricano de haber enviado armas a Rusia.
Pero todos esos detalles sólo sirven para disimular lo verdaderamente importante.
Sudáfrica está tratando de demostrar que el mundo multipolar es posible. El ejército sudafricano colabora con las fuerzas armadas de Rusia para garantizar la formación de sus militares, pero Sudáfrica es neutral en cuanto al conflicto ucraniano. Y de esa manera confirma que dos Estados pueden trabajar juntos en el plano militar y seguir siendo políticamente independientes.