Lo que se necesita es una imagen real de la situación en Kiev y no imágenes de bombardeos en Siria o en la antigua Yugoslavia hechas pasar por bombas rusas en Ucrania. Una de las paradojas es la manifestación de israelíes en los territorios ocupados de Palestina que protestan contra la ocupación rusa de Ucrania. Entre las miles de fake news, brilla la historia inventada de los héroes de la isla de las serpientes que murieron insultando a los rusos: nada más falso, los 82 soldados se rindieron sin disparar un tiro y Rusia ya ha publicado el vídeo correspondiente. Pero también es destacable la escena del padre saludando a su hijo que huía de las bombas: no eran de Kiev, eran una familia del Donbass y huían hacia Rusia. Y lo mismo ocurre con otras basuras vendidas por periódicos, radios y televisiones afiliadas a la OTAN. Todo se ha visto antes. La propaganda de Zelensky se cubre de ridículo. En el puente de las noticias falsas está el M-I6 británico, como lo hizo para Siria.
Las evidentes protestas occidentales sobre la inviolabilidad de un Estado soberano por parte de quienes han invadido cuatro países en los últimos años y han causado unos dos millones de muertos no son serias. Escuchar la indignación occidental por la invasión de Ucrania por parte de quienes han ocupado y destruido Libia, Siria, Irak y Afganistán parece ridículo.
Los más benévolos con Rusia dicen que es un error estratégico, más estúpido que Putin ha perdido el control de la situación. Desde el punto de vista del derecho internacional, no se puede aceptar ninguna invasión; de hecho, ninguna y en ninguna parte, no sólo en Ucrania. Desde el punto de vista del consenso internacional, no favorece en absoluto a Moscú, ni en términos de imagen ni de relaciones internacionales. Sin duda, beneficia a Estados Unidos y reduce los mercados para la economía rusa.
Pero entonces, ¿por qué? Si se quiere entender de dónde viene y en qué contexto se desarrolla, convendría no ir por el camino de la satanización de Putin, o de su supuesta locura, un camino que ya se ha tomado contra todos los adversarios de Washington, desde Geddafi hasta Saddam y Assad, pasando por Kim Jong Il y Lukashenko. Es más serio tratar de entender las razones y los objetivos de una decisión que el Kremlin ha considerado inevitable.
Pensar que Rusia daba la voz de alarma sobre la situación que se estaba creando con la entrada de Kiev en la OTAN y en la UE, y que lanzaba amenazas vacías, fue un grave error de apreciación, fruto de la rusofobia que reside en la Casa Blanca y que desencadenó las operaciones militares rusas.
Las exigencias de Putin en materia de seguridad rusa habían sido ignoradas, incluso despreciadas, y las advertencias que había lanzado habían sido desairadas. Sin embargo, el presidente ruso había instado a no cruzar la «línea roja», es decir, a detener el proceso de ingreso de Ucrania en la OTAN. La ampliación de la OTAN, como se ha demostrado ampliamente, no responde a las necesidades de una mayor seguridad, sino a las de una mayor dominación occidental. La entrada de Ucrania es un importante vector de aceleración hacia el objetivo: rodear a Rusia y golpearla cuanto antes para acabar con su crecimiento y ocupar también el resto de Europa y la parte asiática de sus territorios. ¿Por qué iba a quedarse Moscú sin hacer nada mientras la OTAN le rodea y espera para atacar?
Rusia exige la neutralidad militar de Ucrania por muchas y buenas razones, entre ellas que no quiere ni puede permitir que un gobierno de derechas, fuertemente influenciado por formaciones nazis incrustadas en el Ministerio de Defensa e Interior, (el tristemente célebre batallón Azov sobre todo y otras formaciones como el Sector de Derecha, los Patriotas Ucranianos y los Batallones de Defensa Territorial) disponga de armamento y de una coacción político-militar de talla internacional. La solicitud de Zelensky de ingresar en la OTAN y en la UE rompió definitivamente los acuerdos de Minsk y desencadenó operaciones militares. Ucrania no puede contemplarse como un país de la OTAN, porque no es aceptable que Moscú la convierta en una plataforma de lanzamiento de misiles a las puertas de Rusia, con el botón de arranque en manos de quienes agitan banderas nazis y hacen profesión de odio antirruso.
Rusia ha pagado la tragedia nazi con 22 millones de muertos y nadie con un mínimo de decencia y honestidad intelectual puede pedirle que permanezca indiferente al ver a una parte de su pueblo bombardeado y obligado a retirarse y misiles enemigos y banderas con esvásticas en sus fronteras.
Moscú también había exigido el cese inmediato de los bombardeos del ejército ucraniano sobre las poblaciones civiles de Lugansk y Donetzk, que desde 2014 han costado 15.000 vidas ante la absoluta indiferencia occidental. Tres mil días de bombas, francotiradores y terrorismo contra los habitantes rusos de la Región que no escandalizaron a nadie, no vieron manifestaciones por la paz ni sanciones, ni reuniones urgentes ni decisiones por parte de Occidente, que en cambio aplaudió o dio la espalda.
En respuesta a la voluntad de diálogo de Moscú, Ucrania respondió bombardeando continuamente el Donbass; esto dejó claro al Kremlin que cualquier aparente voluntad de diálogo era en realidad una táctica dilatoria, porque se había agotado cualquier margen de mediación. Por el contrario, la voluntad de negociar estaba siendo utilizada para acelerar tanto el proceso de entrada de Kiev en la OTAN como el avance en Donbass, con el fin de llegar a la mesa de negociaciones desde una posición de fuerza en el terreno.
En este punto, el gobierno ruso rompió toda vacilación y dejó de lado todos los cálculos tácticos sobre la oportunidad de seguir dialogando con un Occidente que le engañaba por enésima vez, como ya había hecho en los acuerdos sobre misiles de corto y medio alcance y en los de seguridad de los cielos.
Cuando la seguridad nacional y la defensa de los rusos están en juego, Moscú se levanta del tablero y actúa. Desde Chechenia hasta Ucrania, éste ha sido un punto indispensable. Porque antes de la táctica están los principios, que para Putin -como para algunos otros jefes de Estado- no son negociables. La principal es garantizar la inviolabilidad del territorio ruso, la defensa de su población, la soberanía de la nación. De esto se trata.
Los rusos ya han establecido las modalidades de su intervención, que hasta ahora se ha dirigido a la destrucción de bases militares y aéreas, al control de aeropuertos y a las vías de comunicación. No hay ataques militares a ciudades ni víctimas civiles, a pesar de las mentiras de la prensa.
Si Occidente demuestra que entiende que Moscú no está de broma, la presencia rusa en territorio ucraniano será efímera y se dedicará esencialmente a la declaración de neutralidad de Ucrania y a su «desnazificación». Es decir, poner a las bandas paramilitares nazis, que están atacando el Donbass con actos de terrorismo y ejerciendo una fuerte influencia en el gobierno y el terror en la población civil de habla rusa, en un estado de «no hacer daño».
Los Nazi-Atlánticos, los nuevos contras.
Ya se conocen las sanciones financieras, políticas y diplomáticas que impondrá Occidente, lo que aún no se sabe es quién pagará realmente el precio. En el plano político-empresarial, se trata de mantener el vínculo de intereses entre el sistema oligárquico ucraniano y Washington, que ha permitido a Estados Unidos saquear a Ucrania en los últimos años mucho más de lo que ha enviado en ayuda militar. La familia Biden sabe algo de esto, de hecho mucho.
Sin embargo, no se esperan respuestas militares. Las palabras de Stoltenberg reiteran que la OTAN se limitará a reforzar su contingente en Polonia y el Báltico e indican su intención de no retirarse de las posiciones que ha adquirido en el tablero de ajedrez del Este, en lugar de avanzar añadiendo a Ucrania. Para garantizar la continuidad de su influencia en el sistema político y la sociedad ucranianos, obstruirá por todos los medios el establecimiento de un gobierno que pretenda cooperar con Moscú en materia de seguridad regional.
Sea cual sea la evolución de la crisis militar, querrá construir un bloque paramilitar y político que trabaje en la difusión del odio antirruso como cemento ideológico de una fuerza política ucraniana destinada a mantener vivo el vínculo de dependencia con Occidente. El objetivo militar no es dispersar las fuerzas de los grupos neonazis que en los últimos años han obtenido el apoyo de los oligarcas ucranianos y de Estados Unidos, y salvaguardar el sistema de relaciones tejidas con otras franjas neonazis de Europa del Este.
Por otro lado, la OTAN demuestra su idea de seguridad entrenando durante años a los 1.260 miembros del criminal Batallón Azov, responsable entre otros muchos crímenes de quemar vivas a 42 personas en Odessa que se habían refugiado en la sede del sindicato. Llenó a las bandas nazis ucranianas de armas y municiones, de asesores y de equipos e intentó traer a la internacional negra del resto de Europa del Este, de España e incluso de los propios Estados Unidos. Esta es la columna vertebral del neonazismo pro-atlántico ucraniano, que será rebautizado por la propaganda occidental como «resistencia ucraniana», pero que tendrá esencialmente la tarea de generar, también a través del terrorismo interno, un clima de incertidumbre política que impida la formación de un gobierno que no esté a las órdenes de la OTAN.
Una especie de reedición de las formaciones de los Contras utilizadas contra Nicaragua en los años 80, cuando el gobierno estadounidense formó un ejército compuesto por antiguos miembros de la Guardia Nacional de Somoza que contaban con el apoyo de mercenarios de todo el mundo.
Se intentará repetir esto en Ucrania, soñando con un nuevo Afganistán en el corazón de Europa. Al mismo tiempo, se decidirán otras sanciones y nuevas provocaciones para rodear y asfixiar a Moscú. Pero intentar revivir el sueño de una Europa que ponga a Rusia entre la espada y la pared ya costó la caída de Napoleón, Hitler y Mussolini. No será la OTAN, especializada en derrotas, la que se imponga.