Por: Ela Urriola
La imagen es clara: una señora (madre, tía, vecina, abuela, hermana de alguien), se aferra a un paraguas como a una herramienta para sobrevivir; se aferra, como lo haría un náufrago a una tabla, como un ser humano con una brújula para avanzar. En la fotografía —que se comparte como un mantra en una comunidad que vibra, consciente de su historia—, la mujer mira fijamente a quien embiste, al peligro enfrente suyo: una muralla de cuerpos blindados y cascos. Reminiscencia de la dictadura, el encubrimiento de los que crean el caos y vuelven a su guarida, se multiplica en uniformados que contienen a civiles: estudiantes, obreros, profesores y comunidades que protestan por la venta de la patria, una vez más. Los paraguas abiertos como alas, o cerrados —como el que empuña la mujer de la foto—, pero también las pancartas, desfilan por el océano convulso en que se ha convertido este país, vuelven a ser el mástil que subieron los institutores aquel 9 de enero ondeando la bandera nacional.El próximo año se cumplirán trescientos años del nacimiento de Inmanuel Kant, una de las grandes luces del pensamiento universal, un faro para la Ética, la convivencia y la vida cotidiana. «Actúa de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre al mismo tiempo como principio de una legislación universal»; «La ley moral es en realidad una realidad una ley de causalidad mediante libertad»; «La autonomía de la voluntad es el único principio de todas las leyes morales y de los deberes…»; «La moral no es propiamente la doctrina de cómo hacernos felices , sino de cómo debemos hacernos dignos de la felicidad»; «Es digno alguien de poseer una cosa o estado si el hecho de que esté en esa posesión coincide con el bien supremo» son algunas de las premisas que contiene la Crítica de la razón práctica (1785). Y allí es donde la Ética de Kant apunta a nuestros gobernantes, a la lista de quienes desde el poder usurparon el patrimonio y pactaron por sus propios intereses olvidándose del pueblo al que representan, en lo que debería ser una democracia. Allí es donde los paraguas y las banderas dan una lección de dignidad.
Es posible que los diputados que votaron a favor del espúreo contrato minero no hayan leído ni lean jamás a Kant; es predecible que los que faltaron a su deber con el voto o los que se abstuvieron, tampoco lo vayan a leer, lo cierto es que el pueblo que hoy empuña un paraguas, banderas, pancartas exigiendo protección a sus recursos y la soberanía, ya derramó una vez la sangre, sin temor. La dignidad consiste en reconocernos como seres humanos, en reconocer la dimensión ética de nuestros actos y en ser responsables por el efecto de nuestras acciones. Si nuestras autoridades no conocen la historia de Panamá ni conocen a Kant, solo tienen que abrir los ojos y escuchar al país para tener una lección de dignidad.
Escritora, profesora y Presidenta de la Red de Mujeres Filósofas de Panamá
Panamá, 25 de octubre de 2023.
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