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Venerando Guerra, hombre que no dio cuartel al trabajo y buenos ejemplos de lo que es ser un buen hombre

Ramiro Guerra

Venerando Guerra

A pesar que de pequeño estuve con la abuela, nunca dejó de cumplir con sus responsabilidades. Muy pequeño, se aparecía por Puerto Armuelles, de lo poquito que ganaba como obrero en las fincas, le dejaba un algo a Delfina. Pero no se iba sin nada; su suegra, amante del tocino para sacar manteca, le guardaba los chicharrones.

Eso se convirtió en una costumbre. Nadie osaba meterle mano a semejante manjar; lo guardaba en una totuma, guindada de un tronco de la cocina.

Esos son los chicarrones de Venero, por ahí llegará. Recuerdo, que laboró en varias fincas de la compañía frutera; Caimito, Balsa, Buoganí, Iguerón y en un lugar que se le llamaba el Proyecto.

Me cuentan mis hermanos mayores que nunca lo vieron quejarse del trabajo. Por alguna razón que aún ignoro, dejó la bananera y fue a parar a Gariché. Podía tener siete años.

Delfina me mandó a pasar una semana a Gariché. La casa estaba hecha con pencas secas, bien hecha. El patio inmenso y muchos árboles de naranja.  Allí se dedicaba a la agricultura y ocasionalmente partía hacia Aserrío, a realizar trabajo de campo.

A esa edad, vi por primera vez, a mi madre Esther María, usar unas planchas de acero y con ellas, planchaba la ropa. Esa plancha se ponía a calentar en un fogón.

En esa ocasión, por primera vez vi un río caudaloso, con una fuerza en su torrente fuera de serie. Todavía me pregunto, cómo Niño y Armando, se bañaban en ese río. Que tarzán ni que tarzán.

Armando y Venero, mi hermano, cuando salían de la escuela, se iban caminando para Aserrío.  Era un pequeño emporio de venta de productos agrícolas. Ambos con su cajón de limpiar zapatos.

En eso, Armando era muy avispado. Yo, muy niño, lo acompañé esa semana que estuve en Gariché. Me toco ver, que ya no se ve, tal vez muy poco; cuando regresaban, se dirigían a Esther y todo lo ganado, lustrando zapatos, se lo entregaban.

Fue allí, que, junto a mi hermana, vi la primera película de Tarzán y a los hermanos Antonio y Luis Aguilar, cantantes de rancheras mejicanas, muy de moda en la época. También de Miguel Aceves Mejía. Todo cortesía de la compañía.

En Gariché conocí a los primos Cervantes, hijos de don Agapito y mi tía Victoria, hermana de mi padre. Silvio no había nacido y menos Luis.

Don Venero era como el anacobero (Inquieto) y tenía cierto espíritu de nómada. Eso sí, cuando decidía emigrar, lo hacía con el motete de familia.

Un día decidió emigrar de Gariché. Partió primero y fue a parar a Palo Blanco, casi a orilla del mar. En esa nueva experiencia, partió con mi hermano Anselmo. Chemito, como siempre hemos llamado al hermano, cuenta que en ese lugar el trabajo era duro; machete y hacha. La ingesta a base de pescados.

Estando en Puerto Armuelles, le llegó la noticia que mi padre estaba afectado de pulmonía, y a mi hermano Anselmo lo había picado una culebra venenosa.

Un poco más grande, me tocó ver cómo unos vecinos del área, lo traían en una especie de hamaca. Lo hicieron bordeando la costa. El veneno comenzaba a hacer sus efectos letales. Venía inconsciente; pero bueno cosa de milagro, sobrevivió.

Finalmente, mi madre con toda la mica, dejó Gariché y llegó a Palo Blanco. Con todas las limitaciones, nunca faltó un pescado al que llamaban Lisa.

Niño tenía un pequeño bote y con una pequeña red, se hacía a la mar y regresaba cargado de pescados. La verdad que esos hermanos mayores son unos berracos.

Me tocó ir a Palo Blanco. Un hermano de mi mamá, muy querido por ella, para un año nuevo había llegado de la ciudad capital y quería ir a verla. Nos tiramos para allá y preguntando, llegamos.

Nunca olvido que mi tío y Armando, nos han hecho reír a todos. Víctor, le dice a Armando, como anda de pantalones y se quita el suyo y le dice a mi hermano, mídetelo. Víctor tenía de cintura como 44 y Armando unos 25.  Pero ese día fue productivo.

En el camino mi tío me dice, hay que ayudar a mi hermana. No esperó, al día siguiente nos fuimos para la finca Corredor. Misión, hablar con Rafael, un hermano de padre, muy querido. Víctor le habló y Rafa, ni dudo, traémelo. En menos de una semana Armando y Niño, estaban trabajando y viviendo en su casa.

Ese tío Rafael era un tipazo.  A pesar que Delfina no era su mamá, las veces que iba a Puerto, pasaba a verla. No me pregunten, pero Delfina y Brunilda, la mamá de Rafa, se hicieron amigas.

La sra. Brunilda, la mamá de varios medios hermanos de mi mamá, viajaba mucho en el repollero. Era un vagón del tren. Venía de Concepción cargado en productos agrícolas para la venta en Armuelles. Quesos, huevos, gallinas, bienmesabe etc. Donde se hospedaba; en la casa de Delfina. Cosas del destino; están enterradas una al lado de la otra.

Pero bueno, la historia continúa. Otra vez don Venero, decidió dejar Palo Blanco y llegó a Manaca Civil. Mucho tiempo en ese lugar; por consejos, me cuentan que, de Agapito, un día Venero, le dice a Doña Esther, nos vamos para la ciudad capital. Aquí empieza otra historia de los Guerras.

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