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Volver

Por: José Dídimo Escobar Samaniego

 

Volver del extravío y del desenfreno, no siempre es un camino en el que se eluden las consecuencias inevitables del actuar desatinado, descarrilado y ausente de razón.

Hoy podría muy bien, ser llamado el día de la hipocresía; que no es otra cosa que: fingimiento de sentimientos, ideas y cualidades, generalmente positivos, contrarios a los que se experimentan en la realidad, es decir, hacer ver, hoy cuando se está vuelto una chancleta, con la cartera destruida, con una goma moral por todas las aberraciones y sandeces que bajo los efectos del alcohol o drogas se cometió y con la salud comprometida, precisamente en semejantes condiciones, acercarse a que le hagan una cruz de ceniza para expiar de esa manera todo el pecado y la agresión contra el cuerpo y el alma que se empecinó en auto prodigarse en todos estos días.

Parece irracional todo eso, pero tenemos una sociedad a la que le parece bien tal conducta y algunos pensamos que deben ser cambiados esos paradigmas para lograr en la gente una auténtica alegría, pero sin desvirtuar el cuidado a nuestro cuerpo y a nuestros valores de respeto, dignidad y decencia. Porque no es cierto que la alegría tiene como contrapartida, la destrucción.

Los medios masivos de comunicación, tienen una alta cuota de responsabilidad en estos hechos, pues nos venden antivalores, como el desenfreno, como mercancía digna de encomio y aprecio. Las imágenes sin recato de ver jóvenes destrozándose sus vidas, les parece que, reproduciéndolas, no sólo ganan rating, sino, además, enaltecen la destrucción como cultura. Sembrada esa semilla, ella dá fruto en su momento.

Hoy, debe ser un día del recuento íntimo de la insensatez y de un auténtico arrepentimiento. Enderezar nuestros pasos y recuperar la dignidad que se perdió en estos días, donde estuvo ausente y extraviada. El hombre, sin su dignidad, es un animal, sujeto a las reglas de la selva.

Volvernos de los malos caminos en que hemos andado es la ruta correcta y retomar las luchas por nuestras familias y elevar nuestro compromiso con una sociedad que debe dejar atrás lo fútil y pueril, para adentrarnos a alcanzar los propósitos superiores a que están llamadas nuestras vidas, he allí la ruta correcta.

Que podemos disfrutar de la alegría sin hacernos, ni hacer ningún daño a nadie. Es más, tenemos derecho a ser felices, pero la felicidad solo se logra cuando compartimos desde nuestro corazón, con amor hacia los demás y el amor nunca se puede asociar con la maldad ni lo pecaminoso, es excelso porque viene de Dios.

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